tal vez trastorno psicótico quiere decir exactamente eso: habitar un espacio entre la vida y la muerte. tal vez la enfermedad radique en no poder estar del todo presente. en mi ventana los árboles pierden las hojas. unos pájaros van de rama en rama, los sigo hasta el final del cuadro hasta que desaparecen de mi vista. tal vez es la enfermedad manifestándose en esos largos períodos de tiempo donde sólo puedo hacer silencio sin saber a ciencia cierta qué es lo que no estoy diciendo. la enfermedad: esa ceguera procedimental que me impide instalarme en el presente y proyectar un futuro posible. y está la tristeza. absoluta, enorme. el nudo en la garganta que no deja pasar palabra. los ojos que se inundan y entonces hay que llorar, llorarlo todo: las mil pastillas de la mañana, el frío en los pies, los recuerdos, el temblor de las manos. llorar como una expiación o como una plegaria. llorar la guitarra guardada. llorarlo todo hasta curar la ausencia con un truco de luces. como el momento del día donde la claridad se hace penumbra y los objetos parecen gritar que todo se pierde, que ya está, que el único remedio consiste en mantener los ojos abiertos durante la caída.
pero también está la esperanza. esos ratos donde me digo que no es tan terrible, que ya pasó la peor parte. quizás trastorno psicótico también sea ese hilo de luz en la noche más cerrada: que me presento, que estoy, que todavía no me mudo al barrio de donde ya no se vuelve.