jueves, 31 de marzo de 2016

juan y chico sobreadaptado se fueron al río

de chiquito
tenía vergüenza
porque nosotros
no esquiábamos
en ningún lado.

o porque
no conocíamos
punta del este,
ni la paloma
y perdón si son
la misma cosa
pero andá a saber.

vergüenza sentía.
por no tener
una scooter.

no digo
un sentimiento
leve, digo querer
comerse la bicicleta
de siempre
sólo para hacer
una declaración
de principios,
o algo así.

la primera vez
que me dijeron
un mercedes,
pensé que era
un error
de concordancia
de género.

al día de hoy
recuerdo la situación
y la frase, exactas:

"a mi mamá le dimos
una sorpresa y pasamos
con papá a buscarla
al aeropuerto
con un mercedes.

te imaginás ¿no?
una alegría gigante"

el papá
del que habla
el ñato ese
era un fascista
ultracatólico
de lo más
desagradable,
pero entonces
yo ni noticias.

vergüeza
entre gente
que te decía:
labrador no,
se llama golden
retríver

gente que discutía
por modelos de relojes,
o formatos de cámaras
de aire en las zapatillas.
o minas, del club tal,
con birrita en la previa,
re escabio al boliche
que hoy la rompemos,
capo.

ahora,
mientras antonia
duerme en olivos
custodiada por más
pólvora que la que
hizo volar el carlo
en río tercero,
pienso
más que nada
en dos cosas:

una: verguenza
es un tatuaje
de turf.

dos:
nada es gratis.
ahí los tenía
a tiro a todos.

capaz esos
doscientos
pelotudos
con el holding
o las estancia,
te terminan
dando vuelta
una elección
peleada.