tengo las manos frías, pensé.
como si no pudiera recorrerte los bordes sin desdibujarlos, como si el universo afectivo, digo, mis identificaciones, tu nombre, la casa, no resistieran el embate de volver a calcular la distancia entre letras, o entre letras y animales.
éstas no son manos de acariciar, pensé.
sirven para denunciar la intemperie. para dar cuenta de la oscuridad: esa cavidad donde la lengua. para hablar del carácter condicional y parcial del numerito, donde, junto al aire y la garganta, se da origen al nombre, al símbolo.
éstas no son manos, pensé.
y en el sólo pensamiento, como una mala hierba, la indeterminación, fuerza que el silencio hace del cuello padentro, siempre hacia el cero.
no son manos. no son. no.
pero el frío existe desde antes. y no debe tiritarse pa nombrarlo. digo: se puede leer literatura rusa en pija, en una reposera, con una sombrillita sobre el trago. leonard cohen decía hazte a un lado. yo digo: junta los pedazos. en silencio: nombrar es algo que deseamos para imaginar un resguardo.