jueves, 15 de diciembre de 2016

una que sepamos todos

yo fui al futuro y vi todo esto.
vi los hospitales llenos hasta los pasillos con jovencitos peligro rotos de puntazos y balas de nueve, en un silencio que sólo puede hacerse con cinco generaciones de alcohol de quemar en sangre.
los calabozos con los que perdieron durmiendo la mona entre el olor a meo y a fiebre, tallando nombres en las paredes ni bien despiertan mientras alguien amenaza con un traslado.
antros culturales donde egópatas hacen gracias a precio de aplauso, con la sangre más quieta que un dentista o un usurero, sacudiendo brazos famélicos, desesperados de palabra.
vi los bancos y las comisarías y la casa de gobierno y los vendedores de seguros y los arbolitos del microcentro y los semáforos.
a los dealers que estiran hasta la infamia, escondiendo siempre el material mocho detrás de la espera, con miradas paranoicas a los costados y celulares prendidos fuego que nunca atienden.
la sonrisa blanca de nenes que ni sospechan lo que es la muerte, esos que el cuchillo del lenguaje aún no corta.
yo fui al futuro y vi todo esto. y las iglesias y los hogares para indigentes y los nuevos emprendimientos inmobiliarios y los trenes siempre oxidados con su arrullo rítmico de hierro. también había médicos y también hacían preguntas interminables antes de empezar a escribir la receta.
el futuro era bastante parecido a esta noche, ahí afuera del departamento. percudido, con surcos hondos por donde todavía circula el hartazgo la sangre el semen la bilis y el agua sucia que somos.