poner al cuerpo
a campo abierto,
rodeado de algunos
árboles viejos
como el tiempo,
ahí donde el diablo
perdió el poncho
y aprendió
del viento.
mirar al cielo
con los ojos
en bulbo hasta
anegar de estrellas
el patio de la cabeza.
tomar mate
a la siesta,
bajo una parra
de sombra,
donde los pájaros
canten más
y más fuerte
que la habitual
opereta
del desconsuelo.