y entiendo
que cuando
cierta forma
de soledad
se te aquerencia
en el cuerpo,
no hay manera
de sacarla:
voy a la escuela
en un colectivo
anaranjado
lleno de gritos
y nenitos
en cualquiera,
pero encuentro
siempre
el resquicio
donde volverme
invisible.
no es un engaño
a los ojos,
es una determinada
manera de acomodar
los huesos, o de
descansar la cabeza
en rebotes cortos
contra el vidrio
de la ventana.
ahora tengo quince
y esa sensación hizo
en mi pecho algo parecido
a un lago de montaña
quieto para siempre.
ahí van a parar los corchos,
los días, las disculpas,
los eructos y las recaídas.
a la vez no hay ni una
puta cosa más que agua helada.
cumplo los veinte
y mi relación
con la palabra
o la memoria se vuelve
la de un toxicómano
que critica su papelito
del todo puesto,
con la cara torcida
de relámpagos.
más o menos así
es desde entonces.
por eso hago listas:
en plan memento,
para que todo
se quede quieto.