la realidad
se me hizo pelota
para no volver
a ser la misma
nunca.
me acuerdo
de mamá en la clínica,
cuando ya me habían
bajado un poco,
diciendo hijo
cómo fue
que terminaste
acá, con los ojos
llenos de lágrimas
contenidas.
para los veinticinco
ya era un experto
en medicación
psiquiátrica.
todavía hoy recuerdo
a la perfección
el principio activo
de montones de nombres
comerciales: rohypnol,
sommit, haldol, risperin,
akineton, topamac, irazem.
suenan a superhéroes
o a personajes mitológicos
pero son pastillas
que explotan en la cabeza.
el problema
con la enfermedad mental
es que, en el mejor
de los casos, se comporta
como el perro viejo
de un linyera:
no jode, pero ahí está,
echada, rascándose
la sarna o las pulgas.
en una de esas, zas,
ladra, o lo que es peor,
muerde a alguno,
generalmente
a vos.
en el peor escenario,
es el mismo perro,
o mejor: tres perros.
con rabia. adentro
del mate.
a los treinta
más o menos
estabilicé la aguja
del altímetro,
dejé de enviar
las señales
de auxilio
y de sentir eso
de ir en picada,
esa inminencia
de romperse
la cara contra
el suelo en una
bien teatral,
escandalizando
policía, prensa
y bomberos.
igual, a veces
se escucha,
no digo
con claridad,
pero sí
en el terreno
del eco, alguna
vocecita.
un resabio:
no te olvidés
de dónde
venís cuando elijas
para dónde vas,
una cosa así.
o en los malos días,
cuando la vida
se cierra
alrededor del cuello,
en la espalda,
cuando no encontrás
la canción apropiada
para sentirte en casa,
una que otra conversación
tal vez imaginaria, tal vez
fuera de lugar.
y aunque es triste
pensar que todo
se pueda ir
irremediablemente
al carajo
en un parpadeo,
se rema.
todos los días
se rema.
como esos peces
que agarran
el río entero
de contramano
para ir a desovar.
se pone amor
y trabajo.
en ese sentido,
la historieta
no es muy diferente,
tengas la cabeza
podrida, o impecable
como un instrumento
de concierto.