miércoles, 16 de marzo de 2016

el incidente de la jirafa con sentimientos de culpa y vergüenza

vivíamos
en un barrio bien,
no voy a dar detalle.

ahora
que la pienso,
amigos no había
ninguno, pero
en el momento
yo suponía
cinco o seis
ahí metidos.

en el departamento
había no menos
de treinta personas.

antes de empezar
la jodita cerré
cuidadosamente
las puertas
de las habitaciones
que no debían ocuparse.

la de la cama grande
guardaba sobre la cómoda
un reloj que había sido
del abuelo y ahora era
de mi viejo.

naturalmente,
una cosa llevó
a la otra y todas
parecían traer más
botellas de fernet
consigo.

con decir que
cuando la gente
salía, aprovechaba
para vomitar
en un cantero
y se acostaba
sobre la calle
a cantar nosequé.

me contó el portero
al otro día.

dice que eran cuatro
o cinco ahí tirados
sobre el asfalto,

como si estuvieran
en una plaza,
decía.

***

desperté
con la necesidad
de tomar, por lo menos,
litro y medio de agua.

logré nomás
llegar al baño,
ni pensé en
la heladera.

cuando le puse
peso a la puerta
para entrar, ésta
ofreció demasiada
resistencia.

empujé
de vuelta un poco más
fuerte y lo mismo.

medio preocupado
le tiré bastante
cuerpo encima,
la puerta hizo crac
y se abrió.

al entrar al baño,
a mí baño, me encontré
en el suelo con un tipo
sumamente desconocido,
con tremenda cara de doblado:

primero
preguntó por la fiesta.

cuando se dio cuenta
de lo obvio, no paró de pedir
disculpas a media lengua,
muy cuesta arriba.

después
se echó agua
en la cara y se fue.

***

en algún punto
de la tertulia,
alguien decidió
que era buena idea
usar el reloj de mi viejo
y del abuelo para pegar
merca.

capaz para dejar
algo claro también,
o capaz de puro
maldito de maceta.

jamás me enteré
quién fue. no le pasé
ni cerca a saberlo.

sobre
mi cabeza,
además del dolor,
aún dos aspirinas
después, un cartel
luminoso:

propiedad privada,
usos y abusos.
primera clase
gratis.

***

de cómo
terminó todo,
no digo ahí nomás
sino tiempo después,
no quiero ni acordarme.

pero involucra
a personajes
del tenor
de una guardia
psiquiátrica
conformada
por un médico
japonés y dos enfermeros
parecidos a godzilla,

tres policías
de civil
con camperas
azules que decían
PFA en amarillo
en pleno comedor,
conmigo en cortos
y en ojeras, intentando
toda clase de preguntas
y listas de nombres.

también había
un conductor
de ambulancia
que fumaba
un pucho atrás de otro
con las ventanillas
del todo cerradas.

***

supongo
que de ésto va
eso de que después
del empacho te arrepentís,
pero no me imaginaba
que me iba a agarrar
pasados más o menos
diez años.