lo único a medio camino
de cierta forma de calma
que se asemeja bastante
al amor total o al cero
o al samadhi fue que
nerón no salió a saludar
cuando llegamos.
nerón
era un perrazo negro
con la cabeza ancha
como un ladrillo.
hace poco,
mientras cazaba
aperiá en el campo,
cruzó el ripio
en un descuido
y me lo agarró
una camioneta.
por suerte
fue en el acto
y no sufrió,
dijo el ñato
que lo había enseñado
a cosas increíbles,
como a acarrear leña
o los mandados, cosas
que uno no suele
escuchar
de un perro.
el resto
del fin de semana
fue un arrullo:
ver caer
del cuerpo
a buenos aires,
un poco en una charla
de mate y tortas
fritas y otro poco
con vermú mientras
chispean las brasas
es igualito a hacer
yoga, sólo que no
tenés que andar
trenzando las patas
atrás de cuello,
ni cantando
en sánscrito.
ii.
a la estación
de trenes abandonada
la intervino
un muralista
que se hace llamar
el gurí.
nosotros fuimos
a sacar fotos
con la cámara
de rollo,
yo saludé con
un gesto de cabeza
a la almacenera
que por suerte
ni me conoció.
digo por suerte
porque cada vez
que voy a escriña
ando por la calle
como si desayunase
dos cogollos gordos
en pipa de agua.
digo:
por sí solos,
algunos lugares
son como el balde
al que se cayó obelix
cuando era pibito.
iii.
el viaje de vuelta
lo dormí entero.
cuando abrí la puerta
de calle ya se escuchaba
maullar a buda encerrado
arriba.
calculo
que en esas pequeñas
cosas habrá que volver
a apoyar el cuerpo
de acá en más.