martes, 16 de agosto de 2022
narrativa: fanzines
era un día soleado. hacía poco tiempo que había dejado de estar loco. quiero decir: habían pasado días nomás desde que habían autorizado mi egreso de la casa grande con rejas en las ventanas y puertas sin picaporte del lado de adentro. en ese entonces casi no salía, estaba a resguardo en casa, en compañía de mis gatos y mis discos. tampoco veía mucha gente: algunos familiares, terapeutas, doctores. cuando ella se presentó en mi departamento y me propuso fumar un porro en un parque dudé. no sabía si quería fumar, ni cómo le pegaría la dispersión de la marihuana a mi cabeza todavía en desorden. accedí ante su insistencia. ella dijo que quería saber cómo estaba y cómo habían transcurrido mis días de encierro. enfilamos para la plaza frente a la facultad de medicina, ahí cerca. buscamos un lugar alejado en el pasto y nos sentamos. la caminata había sucedido casi en silencio: entendí que una vez acomodados me tocaría narrar lo mío. ahora estoy bien, empecé mientras ella rolaba el porro, pero fueron días muy confusos. en la previa a la clínica estuve convencido de estar al borde de un gran descubrimiento, agregué. de una verdad oculta, capital. una clave para atravesar los días y las noches. creía que iba a comprenderlo todo. y cuando digo todo realmente me refiero a algo absoluto, total. ella encendió el porro y le dio un par de pitadas. ¿y adentro? ¿cómo la pasaste adentro? yo hablé de mi inmensa tristeza inicial y de la calma medicamentosa que vino después. los días se parecen mucho entre sí, es como una monotonía signada por las interacciones entre los remedios y el ocio. por supuesto que hay entrevistas con médicos y distintos talleres (acá no di más detalles por vergüenza). pero una vez que te habituás a la idea de estar encerrado, no es tan terrible, dije. ella comentó que odiaba la idea de que no la dejen circular, que el encierro le resultaba inhumano. mientras me pasaba el porro lo dijo. pensé en insistir con que nada era tan grave, pero me quedé callado. lo que sí hice fue fumar: di cuatro o cinco pitadas larguísimas, tanto que a lo último me agarró un ataque de tos bastante fuerte que duró un par de minutos largos. ella me preguntó si estaba bien y yo le devolví el porro. sí, parece que perdí la práctica, dije y traté de sonreír. digo traté porque para ese momento ya no tenía idea de qué sucedía con mi cara. y había empezado a sentir un zumbido en los oídos. calma, pensé, es un porrito. pero el zumbido aumentó y empecé a sentirme incómodo en el parque. demasiado a la vista, regalado. ella dijo que el día de la internación había ido a visitarme a casa y yo comenté que creía haber visto su cara desde la ventanita que tienen las ambulancias en las puertas de atrás. fui, dijo ella, pero tu familia no me dejó verte. el zumbar en mis oídos se transformó en una sola nota aguda, la clase de cosa que uno escucha después de un gran estruendo o de estar expuesto a demasiados decibeles. traté de ignorar mi malestar, ese pitido, la sensación de intemperie que crecía segundo a segundo. ella preguntó si me sentía bien y yo mentí que sí, que no había problema. no lo había notado hasta ese momento, pero alguien se acercaba. un jipi que viene a manguear faso, pensé. el tipo avanzaba hacia nosotros con una gran sonrisa colgada de la cara. ¿cómo andan, chicos? dijo y se sentó cerca. empecé a sentir vibraciones oscuras, pero ella le contestó el saludo. tengo estos fanzines, siguió. literatura. se pueden leer así o podés ir develando más trama de esta forma dijo mientras desplegaba del objeto pequeñas tiras de papel también impresas. doblaba y volvía a plegar a gran velocidad. así hay muchas historias en un mismo relato, siguió. el ruido de acople en mis oídos ya era del todo insoportable. y tampoco entendía a qué venía tanta afectación en el discurso del jipi: desconfiaba de todo. él siguió con su rutina, le hablaba a ella, mientras yo miraba cada vez más alterado. entonces comprendí: ya no la totalidad, pero si la escena que tenía en frente. sin ponerme de pie estiré los brazos y agarré al jipi del cuello. hijo de puta, quién te manda, le grité. él trataba de zafarse pero mi agarre era firme. decime quién te manda, qué venís a hacer acá. la nota aguda continuaba. quién te manda, basura, dejanos en paz. entonces advertí que ella había puesto sus brazos sobre los míos. soltalo, soltalo, escuché a lo lejos, como en un túnel. loco estás re paranoico, decía el jipi mientras trataba de abrirme las manos. ella ya lloraba. creo que eso fue lo que me dio la señal. tiempo de replegarse, pensé mientras aflojaba el agarre. flaco estás re loco, dijo el jipi. después se paró con la cara colorada y empezó a alejarse. tosió y escupió al pasto. ella preguntó qué pasó qué pasó por qué te pusiste así. ni traté de explicarme: sabía que no tenía caso. ¿vamos para casa? sugerí en tono conciliador. los pájaros graznaron sobre nuestras cabezas. ella se paró y yo hice lo mismo. desde ese día no compro más fanzines.