-diez ahora, más lo que saqués de adentro- ofreció anselmo. después no se escuchó más nada. se dieron la mano, la derecha y todo estuvo arreglado. luis se levantó y salió caminando para la parada de remises del quique. tomó un coche que lo dejó en la puerta del barrio. caminó de memoria las dos cuadras que lo separaban de su casa y entró. encendió la tele como para hacer bulto en la cabeza. se dejó caer en la cama.
horas después un coche regulaba en la puerta. dos bocinazos. la columna de luis se tensó como una cuerda de guitarra. entonces pensar: está el auto, los fierros y el dato, hay que ir, sin embargo esta pasta en la boca que se parece a la saliva pero también al miedo, hay que hacerlo porque algo hay que hacer y no te acobardés ahora, hijo de puta, que con esta nos salvamos.
pero el pretexto del coraje es poco cuando la historia tiene pozos de silencio. y anselmo no suelta palabra durante todo el viaje. ni desprende las manos del volante.
-es acá -espetó al llegar, dejando el coche en marcha. luis se llevó la mano a la cintura y acomodó el revólver. después miró hacia afuera para comprobar que todo estuviese en calma. la casa parecía estar vacía. bajó del auto decidido y tosió como para enfatizar.
y ahora lo van a matar. al rato el quilombo de las licuadoras azules y las radios de la cana. una teleserie apropiada para la hora de la cena. porque nunca hubo la calma prometida, ni salvarse, ni nada. tirar si. y a ciegas. tirar que nos ponen, que nos extirpan la vida.
ahora luis está tirado en el suelo, con dos tiros de nueve en la espalda entre el ir y venir de las botas policiales. hay eso y también hay muy pocas explicaciones que nadie pide.