sábado, 27 de mayo de 2017

ronda

en la librería donde juan hizo su concierto conseguí uno de sbarra a buen precio.  conversación en la fila de la caja.  cajera tatuada y chica aros-de-perlita.  perlita: ay, pero qué hermoso que hayas encontrado así tu lenguaje.  chica tatuada: yo me expreso fuera de la facu, viste, tengo esto de la pintura y.  etcétera.  uno podría pensar que se conocen de toda la vida.  falso.  hace cinco minutos, no se habían visto nunca.  ensayo una media sonrisa mirando hacia donde creo que está el frente y dejo la cara puesta.  en realidad, estoy pensando algo que no debo.

el trío en el que juan toca se prende bastante fuego.  hay algo en la puesta que resulta desafortunado: al costado de los músicos, parado como un gólem, vemos un contrabajo. nadie lo toca nunca. todavía no puedo dejar de pensar en toda esa tristeza quieta de madera.  por lo demás, lou dijo que sería excelente ver el mismo concierto en un lugar con alfombras altas, almohadones, ese tipo de cosas.  y flores.  cuando terminan de tocar hacemos escala en un patio a respirar un ratito y lucho nos muestra unas fotos de algas vistas al microscopio.  ahora las recuerdo verdes y con picos, pero puedo estar inventándolo.  juan me dice: yo no sé que hago tocando con esta gente.  yo sí sé, le contesto.  o contestaría si me preguntaran ahora.

estamos cerca de la hora mágica, pienso.  y lo otro, recurrente.
vuelvo a la chica de los tatuajes, pero no de esa manera y tal vez no a ella, sino más bien a una forma genérica.  dicho de otro modo: ¿a cuántos pelotudes de visuales les cabe la justicia de aramburu?