era tan copado
que aunque
nos llevaba
veinte años,
salía con nosotros
después del laburo.
una vez fuimos
de putas.
yo iba regalado,
pero él se comió
una morocha longilínea
bastante linda, para
el pozo
más bien pobre
que logramos
entre todos.
cuando volvió
de las piezas,
habló fuerte
sobre la amistad,
la cosa
era entre el resto
de la mesa y él:
yo estaba fuera
de la conversa.
el que le miente
a los amigos
no sirve, siguió.
y le metió durante
un rato con el valor
de la verdad.
creo que la cosa
tenía que ver
con alguna anécdota
que yo había inventado
de pibe, algo del
tipo de mi papá
tiene el auto
más rápido
del mundo
que además
vuela,
un numerito
de estar así,
arrancado verde.
igual, hermoso.
un moralista
formal haciendo
una raya en el piso
en un pute, pensé,
no dije nada.
pensé un poco
en la mujer
del turquito
también,
pero ni mu.
llegado un punto
se me llenaron
del todo las orejas.
tampoco sentí ganas
de decir nada
para torcer
ningún criterio:
nunca tuve problema
con hacer de semáforo
en rojo para que
se cuiden los boludos.
me interesó, si,
cierta tristeza
en el local.
la idea
de que bajo
la suficiente
presión, o algún
otro cambio
de condiciones,
todo ese barullo
de dulzura plástica
y luz negra
podía irse
enseguida
para el lado
de la pesadilla.
esperé
que todos
terminaran
de reírse y me fui
a fumar fasito afuera.
sin guita para el taxi,
iba a ser una caminata
larguísima hasta llegar
a casa.