cada vez
que iba a tablada
a ver a los abuelos,
me quedaba horas
en el taller del viejo
clavando maderas
entre sí:
en mi
imaginación
hacía muebles.
en la realidad,
un gastadero
inconducente
de materiales.
desde chico,
el abuelo juan
me prestaba todas
sus herramientas,
incluso esas
con filo que
no suelen
darse a
los nenes.
ahora que ya
no existen
ni el abuelo
ni la casa,
pienso que
escribir
reemplazó
en cierto modo
lo de jugar
al carpintero:
en ambos casos
el resultado
no sirve
en absoluto,
pero muchas
veces no existe
mejor forma
de atravesar
el día.